Elogio de la inclinación

"El inspector" es una obra escrita por Gógol en 1836. Fue la creación que lo hizo conocido y que generó una polémica tal como para obligarlo a exiliarse fuera de Rusia. Su tono satírico y la crítica a la decadencia del Imperio alcanzaron para causar tal conmoción. En 2017 se produjo una nueva adaptación (al igual que las dos anteriores, se estrenó en la sala Martín Coronado del Teatro San Martín). Estuvo a cargo de Daniel Veronese, quien lleva una década dedicado a restaurar creaciones ajenas.


¿Y qué clase de reedición es esta? Se necesita mucho cuidado para traer un libro de hace 170 años sin hacerle perder el sentido y la frescura de entonces. Por suerte algunos temas como la corrupción, la genuflexión y la sumisión ante el poder están bien vigentes. El director dota de recursos verosímiles y diversos la idea madre de Gógol. A lo largo de es queda expuesto cómo somos ante los patrones, y qué capaces de corrompernos podemos llegar a ser. Eso es algo que excede las miserias del zarismo ruso y atraviesa todas las épocas.



Esta versión tiene el protagonismo absoluto de dos grandes nombres que llevan adelante el trabajo: Jorge Suárez y Carlos Belloso. El primero interpreta a un grotesco alcalde, quien se entera que va a visitarlo un funcionario de San Petersburgo para controlarlo y estalla. Toda la putrefacción e inoperancia que desplegó durante su  gestión se cataliza en una catarata de malas decisiones en función de zafar la aparente inspección y seguir conservando sus privilegios. Su nivel de servilismo ante la  autoridad redefine el término "patético". El segundo, interpreta a un lumpen que es confundido con un personaje de relevancia y (tal vez no tan fiel al escrito del siglo XIX) hace gala de su cinismo para usufructuarlo. Acompañan sin  fisuras Lautaro Delgado (tiene dos papeles, pero prevalece el de ayudante de Belloso) y un nutrido  staff de funcionarios, que distribuye sus vicios e inoperancias de manera uniforme. Algún alcohólico, un promiscuo, varios corruptos, todos especuladores. 



Nadie está a  salvo de un control más severo, ese que creían que nunca iba a llegarles. Por supuesto, también pulsean entre sí para destacarse en el campo de la alcahuetería. Todo vale para congraciarse ante el enviado. Se destacan además la hija y la esposa del alcalde, supeditadas a su accionar pero a la vez con vuelo propio. Un poco víctimas, pero no tan inocentes. 


Podría decirse que hay algunos momentos donde se excede el gag y que tal vez la resolución del conflicto se demora un poco más de la cuenta. Aún así, el resultado logra ser sumamente satisfactorio. Detrás de las risas, aparece el monólogo final del Alcalde, quien se imagina siendo burlado en alguna obra mediocre. Alude, por supuesto, a la misma pieza que estamos contemplando. Gógol introduce otro elemento realista cuando menciona a Pushkin como potencial divulgador de un suceso. El mito cuenta que ese personaje fue quien le contó uno a él, dándole la idea que llevó a este producto.



"El Inspector" ya salió de cartel, pero se fue de las salas porteñas mostrando trazos de una decadencia, una sumisión y una mansedumbre ante el mando que aunque nos resulte ajena geográficamente, forma parte de nuestra escenografía cotidiana.


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