Bloodline, espesa como la sangre

Netflix estrenó la tercer y última temporada de este drama familiar, que se despide al nivel de toda la serie.

Cuando se anunció la salida de "Bloodline" en 2015, sabíamos que sería un drama en torno a una parentela que tenía "secretos". Poco de distinto respecto a cualquier telenovela mediocre. El resultado demostró que había más que intenciones: Los Rayburn realmente representaron todo lo oscuro que un clan puede ser. Y no lo hicieron desbarrancando y estrellándose, sino bajo la fachada de la familia ideal que nunca fueron. 

Por empezar, todo se desbarata cuando llega Danny, el hijo mayor y díscolo. La oveja negra que regresa a Los Cayos de Florida (donde todos vivieron siempre) para un homenaje de la ciudad a sus padres, ciudadanos ilustres. Sólo con su aparición, se reviven viejos rencores, recuerdos de los que ya no están y rechazos que persisten. Ben Mendelsohn se luce en ese papel de cínico querible y a la vez misterioso, que bordea el peligro pero es imposible odiar. Pone en jaque la estabilidad de John (Kyle Chandler), que es detective, el "hermano a cargo" y baluarte de esa sociedad. Los otros dos (Meg y Kevin), quienes lo siguen, se tambalean también.



De a poco Danny se inserta, pero nunca terminan de aceptarlo. Hace sus méritos para ser resistido, pero acarrea con mochilas que lo exceden. Desde ahí, las idas y venidas son constantes. Algunos personajes se van, otros desaparecen y la mayoría sobrevive. Ese es el término más apropiado, porque todo lo que pasa cerca de este grupo de parientes, sale dañado. La madre de esta tribu (Sissy Spacek) no en vano solloza en un capítulo "Creo que mi familia está maldita". Lo que mal nace, mal acaba. Misterio, mentiras, muerte, envidia, complejos, y sobre todo, potencialidades. 

La madre de esta tribu (Sissy Spacek) no en vano solloza en un capítulo "Creo que mi familia está maldita". Lo que mal nace, mal acaba

En "Bloodline", todos se enfrentan a lo que pudieron ser, mientras arrastran el peso de lo que son, resultado de lo que pudieron y el peso de los demás les permitió. Algunos terminan lidiando con lo que les tocó y otros se deshacen en culpas. Pero se valida todo (¿todo?) en nombre de la familia. El fin justifica los medios, aunque este sea una farsa que pierde sentido cada vez que es invocado.

Con 33 capítulos divididos en los tres mencionados años, esta serie rankea alto entre las historias de desdichados que hay que ver. Por realismo, crudeza, guión y actuaciones. Puede que por momentos cueste sobrellevarla por la intensidad de los males expuestos (y algún que otro personaje o capítulo sobrante), pero es un peso que se elige cargar. Como las penas heredadas.



Comentarios