EL FISCAL DE DIOS

León Ferrari fue un artista. Suena a obviedad, pero quizás no lo sea. Dedicarse al arte, como convencionalmente se lo entiende, no siempre es ser artista. Personas como él dejan en evidencia las sutiles diferencias entre estos y los trabajadores del arte.

Un artista es, indiscutiblemente, alguien que con su obra provoca. Quien obliga a replantear el status quo, lleva a la reflexión, sacude los cimientos más primitivos de una sociedad, los más arcaicos. ¿Y qué hay en la sociedad actual más arcaico que la iglesia, que el poder que ella conlleva y el que excede a la institución?

                                 Relecturas de la Biblia

Ferrari empezó su carrera de grande, cuando ya no tenía una necesidad adolescente de figuración.  Antes era ingeniero y pintaba, sin el grado de transgresión que lo haría merecedor de esta reseña. Era hijo de un artista italiano que construyó iglesias en Córdoba, vaya paradoja.

A partir de la década del sesenta comenzó a orientar su obra hacia un persistente cuestionamiento de las estructuras de poder. Inevitablemente ese camino lo llevaría a las primeras reprobaciones, por inmoral, por inadaptado. En 1965, su "Civilización occidental y cristiana", que mostraba a un Cristo crucificado en un avión bombadero estadounidense, se convirtió en su primer gran obra y una de las más emblemáticas. Cobraba un significado especial por Vietnam, pero se resignificaría infinitas veces a lo largo del tiempo, dado la continua afinidad entre la iglesia y las diversas escaladas imperialistas.

                           Civilización occidental y cristiana

Ferrari tenía todos los boletos para convertirse en un exiliado más, y asi ocurrió. Debió irse a San Pablo en 1976. Ese año recopiló algunas notas sobre la represión de la dictadura y las editó bajo el nombre “Nosotros no sabíamos”, frase emblemática del argentino promedio en esos años.

Antes de volver al país en 1991, empezó a hacer obras con caca de pájaros. En 1985 hizo una obra que expuso en San Pablo,  donde dos palomas defecaban sobre "El juicio final" de Miguel Angel. Lo que podría ser simplemente una obra destinada a la autopromoción, al cargarse de tanto sustento histórico e intencionalidades, se empapaba automáticamente de validez artística.

                            Nosotros no sabíamos (1976)

Si algo le faltaba para consagrarse definitivamente era la exposición que hizo en 2004 en el Centro Cultural Recoleta. Ahí, mostrando sus 50 años de obras, se enfrentó a diversos ataques y atentados de fanáticos religiosos. El actual Papa, Jorge Bergoglio, lejos de su perfil austero y amoroso, calificó la muestra de "blasfema" e instó a cerrarla. Evidentemente su premisa actual que le pide a la juventud "que haga lío" no se hace extensiva a los señores grandes e incorrectos como Ferrari.

Se va Ferrari y las reseñas hablan de un artista que provocaba, que molestaba al poder, que incomodaba a las instituciones. ¿Acaso existe alguna otra clase de artista?



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