LA URGENCIA


Sucedió en el 63. Estaba en la última fila de asientos, teniendo detrás la puerta para bajarme. Estaba del lado del pasillo, lo cual en teoría me facilitaría las cosas. Me levanté con la intención de descender, algo que se preveía sencillo. De repente, lo inesperado. Una señora de unos 50 y pico, de esas que al ver un asiento libre desesperan como Macri al ver un pobre cerca, comenzó a percibir mi futura acción. Empujando con la cola a dos pobres inocentes, se acercó considerablemente hacia mí. Fue un segundo solamente. Se quedó frente a mí notoriamente inquieta, casi queriéndome empujar. Y yo me quedé quieto, a ver si era capaz de semejante desubicación. Cuando su cara dibujaba una desperación creciente, me acerqué a la puerta, mientras ella se abalanzaba sobre el asiento como si el destino del mundo dependiera de eso. La miré con la sorpresa que me sigue provocando atravesar esa situación a menudo, que es mucha, y me bajé tranquilo, sabiendo que la felicidad le duraría, al menos, hasta el siguiente viaje.

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